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Albelda, o el cisma entre la afición ché

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Vaya por delante lo siguiente: David Albelda hizo ayer un partidazo. Tácticamente perfecto. Todos los técnicos y entrenadores a los que he consultado en las últimas horas coinciden en lo mismo: fue una de las claves para que el Valencia saliese vivo del cuerpo a cuerpo ante el Barcelona. En directo, el público de Mestalla pudo ver desde la grada lo mismo que todos vieron por televisión. Y se despidió al de La Pobla Llarga con una estruendosa ovación. No obstante, la controvertida figura de Albelda no dejará de ser odiada después de lo de ayer, ni tampoco tendrá "bula" para no ser criticada el día que haga un partido malo. Y todo, gracias al peor presidente de la historia del Valencia. "Juan, Gracias por Todo".

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Tras el partido, Albelda se sentía liviano. Después de todo, era la primera ovación que recibía desde el "caso Koeman", cuando el holandés le apartó del equipo junto a Cañizares y Angulo. Casi dos años después de aquello, la herida no se ha cerrado todavía. Por eso el centrocampista no escondía su emoción: "Creo que uno cuando sale a jugar no piensa que vayan a pasar estas cosas. Para mí es muy emocionante si luego surgen. Me lo tomo como un reconocimiento al trabajo hecho hoy. Es especial por todo lo que he tenido que vivir durante estos últimos años", admitió.

De hecho, esta temporada los pitos al futbolista han sido habituales cuando entraba desde el banquillo para sustituir a algún compañero. Un hecho inaudito, reprobable y lamentable para cualquier afición. Pero ha pasado, pasa, y seguirá pasando. Y Albelda lo sabe: el día que no esté fino, los "palos" volverán con mayor virulencia si cabe. Y un gran porcentaje de esas críticas no seran culpa de su rendimiento deportivo... sino de lo sucedido en febrero de 2008.

Juan Soler fue el principal instigador, al dar carta blanca a Koeman, de que Albelda fuese apartado del equipo. Soler, no nos cansaremos de repetirlo, que es el hombre que sumió al Valencia en la mayor crisis deportiva, institucional y financiera de su historia, dejándolo al borde de la desaparición. Albelda, con la ley en la mano, hizo uso de su derecho a defenderse. Jugador contra presidente... con el club en medio. La maquinaria solerista se encargó por entonces de demonizar al futbolista por un puñado de euros. Dos temporadas después, de aquellos barros vienen estos lodos. Dos años después, la fracción que se produjo en la afición valencianista con aquel asunto todavía no se ha cerrado... y posiblemente, jamás se cerrará mientras el jugador vista la camiseta valencianista. Ya se encargan periódicamente de asegurarse de que esto no suceda aquellos que con este enfrentamiento tienen mucho que ganar.

Vale, aceptamos barco como animal acuático. Aceptamos que habrá gente a la que Albelda, después de tantos devaneos, le sentará como una patada en las mismísimas. Pero, repito, Albelda es futbolista del Valencia. Y cualquier aficionado con dos dedos de frente debería saber que, mientras lleve este escudo, debería contar con el respaldo de la grada. Un apoyo que, en noches como la de ayer, contribuye y mucho a que el equipo le plante cara a clubes con un presupuesto tres o cuatro veces superior.

Toda esta reflexión viene producida por la visión tan particular que uno tiene de este asunto. En realidad, la ecuación que debería usarse es muy simple. Si un jugador está mal, se le "raja". Si un jugador está bien, se le aplaude. Tan sencillo sobre el papel, pero tan complicado en un mundillo y una profesión con demasiados intereses ocultos y que, en el 90% de los casos, escapan a la comprensión de unos aficionados que suelen confiar demasiado en aquello que leen, ven y escuchan por parte de los medios de comunicación.

En el caso de Albelda, con el que no me une ninguna relación más allá de lo profesional, que no es santo de mi devoción a nivel futbolístico y que, reincido, está en el ocaso de su carrera, hay que quitarse el sombrero tras el partido de ayer. Estuvo sublime. Otros, que negarán la mayor por enésima ocasión, seguirán intentando permanecer en la oscuridad el mayor tiempo posible, y arrastrar con ellos a la mayor cantidad de incautos que logren engatusar. Esto es Valencia. Esto es el Valencia. Así nos va el pelo.