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Comunión entre grada, equipo... y entrenador

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La reválida de Unai Emery fue aprobada con nota; el planteamiento del técnico, muy arriesgado y practicamente improvisado, fue decisivo para pasar a octavos. Opina sobre esta crónica.

Hay días en los que plasmar sobre papel las sensaciones vividas no es fácil. Más aún tras un encuentro tan emotivo como el de anoche, con prórroga, con esa piña de toda la plantilla y cuerpo técnico antes de que arrancase el tiempo añadido. Los octavos no se podían escapar, y menos con semejante ambientazo en el coliseo de la Avenida de Suecia.

A Emery le han caído palos, muchos de ellos justificados, otros absolutamente desproporcionados, a lo largo de estos últimos seis meses. Desde el principio de la temporada, muchas miradas se han posado sobre el entrenador, casi siempre un elemento sospechoso, pocas veces un factor clave para los éxitos del equipo. Pero no ayer. Dos decisiones del entrenador, tomadas a conciencia y a sabiendas de que podían no resultar beneficiosas, hacen que hoy el vasco haya recuperado la confianza de algunos descreídos y que el asunto de su renovación se ponga al rojo vivo.

La entrada de César, no por esperada, deja de ser menos traumática (que se lo pregunten a Moyà). Pero la verdadera demostración de arrojo vino con un cambio de sistema, tan insospechado como a la postre efectivo. El 3-4-3 de inicio hizo que la mayoría de aficionados se echasen las manos a la cabeza, pero el gol a los dieciocho segundos de Mata hizo saltar la banca, empatar la eliminatoria y dar inicio a un nuevo partido, de noventa minutos, que el Valencia también tenía que ganar. Y lo hubiese hecho, con comodidad incluso, de no ser por Stijnen.

El portero del Brujas se erigió en protagonista indiscutible del encuentro, con paradas de muchísimo mérito. Stijnen tenía un imán en sus guantes, y Villa, Banega, Mata, Pablo... se topaban una y otra vez con ese muro infranqueable vestido de amarillo. Quizá para no ser menos, César también se lució con dos acciones salvadoras en los últimos minutos de partido. El juego se desarrollaba de aquí para allá, con acciones por ambas bandas y la habitual contundencia de los belgas, que repartieron "estopa" ante la impasible mirada del danés Bo Larsen. El árbitro permitió varios manotazos a la cara de Villa, Mata y Marchena, pero no era día para protestar. Era un día para dar un paso al frente.

El desgaste del tiempo reglamentario dio paso al drama de la prórroga. Y ahí resurgió Mestalla, cuyo rugido inconfundible nos hizo retrotraernos a tiempos mejores, con la melodía de la Champions resonando en nuestras cabezas y partidos épicos repitiéndose en nuestra memoria. Arsenal, Leeds United... y ayer, Brujas. Pablo fue el ejecutor de los belgas, con un doblete en el tiempo añadido. El éxtasis del público, la euforia de los presentes, no concordaban con una eliminatoria de dieciseisavos en la segunda competición europea. Daba igual: ayer era una noche grande para el valencianismo, por fín unido, con público y jugadores remando todos en la misma dirección. Y guiando el bote, un Emery que ayer se la jugó... y que acertó de pleno.