Articulo

El tren de la Champions se aleja

La indignación de los aficionados no debe enfocarse a la labor arbitral. Muchos diarios valencianos señalan hoy a Medina Cantalejo como clave de la derrota. Un punto de vista simplista que hace bueno el refrán del “árbol que impide ver el bosque”. El árbitro estuvo rematadamente mal, pero no influyó en el resultado. Señaló pena máxima en un “piscinazo” de Agüero, pero luego obvió un pisotón dentro del área al argentino. Criticar hoy al árbitro supone no querer ver la realidad.

Y la realidad es que ayer Emery erró. Dicho coloquialmente, “la cagó”. Su planteamiento de inicio fue pésimo, de equipo pequeño, de buscar amarrar el empate. ¿Cómo sino explicar un trivote en el partido más importante de la temporada? Edu no está para jugar; Albelda regresaba de una lesión de tres semanas y no tenía ritmo de competición; y Baraja pagó caro el esfuerzo realizado ante el Madrid. Dicen que cuando algo funciona, no hay que tocarlo. Pues bien, Emery trastocó el sistema en el “día D”. Y eso lo pagamos caro en un primer tiempo lamentable, en el que el Atlético podría haberse ido ganando por tres o cuatro goles.

En la segunda parte, más de lo mismo. El Atlético jugó mejor, presionó mejor, lo intentó con más ganas. Ellos sí sabían que esta era su última oportunidad. Mientras, Emery movía el banquillo y hacía entrar a Joaquín… quitando a Baraja, el único mediocentro que estaba dando la cara. Para rematar el despropósito, el propio Unai tuvo que deshacer el entuerto que él mismo había creado dando entrada a Míchel en la recta final del partido. Para entonces, ya estaba todo el pescado vendido, con un César que lo paró absolutamente todo y que evitó una goleada escandalosa. El Valencia, un equipo que hasta ayer aspiraba a la Liga de Campeones, disparó a puerta… una vez. Sólo una en noventa minutos. A todas luces, insuficiente.

Decíamos en la previa que la temporada se jugaba en noventa minutos. Pero olvidamos comentar que no sólo se juega al fútbol sobre el césped: también el banquillo cuenta, y también se juega un pequeño partido mental dentro de la cabeza de cada jugador. Ayer el once inicial del Valencia era una declaración de intenciones “amarrategui” y sin ambición. Y de esto último adoleció el Valencia sobre el Calderón. Nada que objetar al resultado, ni al árbitro, ni al rival. Hay que empezar a ser serios, a dejar de mirarnos el ombligo y a desempolvar el libro de la autocrítica. Un libro que, parece, alguien lleva bastante tiempo sin leerse en el banquillo valencianista.