Articulo

Di Stéfano y el Valencia cf. (entrevista)

Fue la cuarta Liga del Valencia y llevaba nada menos que veinticuatro años sin ganarla. Los tres títulos habían llegado en la década de los cuarenta (41-42, 43-44 y 46-47) y pocos apostaban por aquel equipo de Di Stéfano sobre todo porque el arranque del campeonato no fue bueno, aunque después de un triunfo en Barcelona todo mejoró. Era la temporada 70-71, la última con 16 equipos y el Valencia llegaba a la última jornada líder con 43 puntos, con el Barcelona de Buckingham, 42, y el Atlético de Marcel Domingo, 41, pisándole los talones. Las veleidades del calendario habían querido, además, que en esa postrera jornada, atléticos y azulgrana se enfrentaran directamente en el Manzanares.

El Valencia dependía de sí mismo. Si ganaba en Sarriá al Espanyol era campeón sin necesidad de estar pendiente de lo que pasara en el Manzanares. Di Stéfano había aterrizado en Mestalla con el aval de haber ganado la temporada 69-70 el título argentino con Boca. Su carrera como técnico estaba en sus albores. Se había estrenado en el banquillo del Elche en la 67-68. Cuatro años estuvo en esa su primera experiencia valenciana. Repitió dos más. En la 79-80, cuando ganó la Recopa y del 86 al 88.

“Hemos hecho demasiado en esta Liga como para sentir miedo. Los entrenadores hablamos, pero los jugadores son los que juegan”. Éstas fueron las palabras de Di Stéfano cuando llegó a Barcelona el día anterior al partido. Le bastaba el empate:

“Nos metió el gol Lamata, de cabeza, uno que había sido del Atlético. El Espanyol estaba primado por partida triple. Tenía 300.000 pesetas del Barça, 300.000 pesetas del Atlético, más la prima que tenían ellos del club, que también era importante porque a mí me decían que ellos lo que no querían bajo ningún concepto era que el Barcelona ganara el título. Ya se sabe, la rivalidad. Creo que jugamos el peor partido de la temporada. Poli perdió dos goles increíbles… Le quería matar. ¡Era un gran chico, que hacía un esfuerzo bárbaro para agradar, se mataba siempre, tenía un pundonorazo, pero le faltaba técnica…”.

Mira la foto-leyenda. Su gesto con los dedos. La mirada de Barrachina. La cara cortada del que luego sería presidente, Ramos Costa:

“Yo no quería saber nada de lo que me decían desde la grada. Me gritaban, me hinchaban las pelotas. Una de las veces me volví y vi que un tipo me hacia con los dedos el 1-1. ‘¿Así qué? ¿Así qué?’, le preguntaba yo. Faltaban dos minutos y escuché un grito enorme en el estadio. Pero como era de todo el estadio, no sólo de la zona de los aficionados valencianistas, dudé un momento. Pensé que había terminado el partido de Madrid, ¿pero entonces por qué gritaban también los del Espanyol? Luego me di cuenta, ellos no querían que el Barça ganara ni en pintura. Los jugadores del Espanyol tenían el balón y lo dejaron cuando se dieron cuenta de que los campeones éramos nosotros”.

Festejos. Los recuerdos de aquella tarde, de la celebración, de la llegada a Valencia por carretera pasando por todos los pueblos, se amontonan en su cabeza. Su memoria privilegiada le hace rememorar situaciones deliciosas:

“Yo venía de ganar el título con Boca y cuando llegué a Valencia, el equipo perdió la Copa en Barcelona ante el Madrid. Vi cosas raras: un defensa central de lateral derecho… No conocía a muchos hombres y empecé a estudiar el equipo. En Boca jugaba un 4-3-3 y hacíamos el fuera de juego… En el Valencia me encontré con ocho defensas. Fui armando el equipo. Yo quería solidez defensiva, no recibir primero y luego ya veríamos. Abelardo de portero. Atrás puse a Sol, Aníbal de central marcador, Jesús Martínez de líbero, que jugaba bien al fútbol, y Antón de lateral izquierdo… Era grande ese Antón, excelente muchacho, tenía pelo por todo el cuerpo menos en la cabeza. En el medio campo, pongo al crack de Puzol, Claramunt, a Paquito, a Poli. Arriba Fuertes, un extremo muy rápido, Ansola, un veterano, que jugaba de vez en cuando, Forment, al que le rompieron la pierna en Granada, y Valdez en la izquierda, un extremo con regate y gol. Recibíamos pocos goles, hacíamos el fuera de juego, el equipo muy apretado. La defensa adelantada, provocábamos nueve-diez fueras de juego por partido. El que manejaba el fuera de juego era Antón. Era medio tartaja. Yo le dije que no dijera fuera para salir porque le iban a entender todo el mundo. Y entonces decía ‘mierda’… y salía todo el equipo. Yo pregunté quién lo quería hacer y el único que salió fue él. Curiosamente, en Boca también lo hacía el lateral izquierdo, Marzzolini…”

También hizo sus cábalas sobre los goles que tenía que hacer el equipo si quería salir campeón:

“Pensé que si el extremo derecho me hacía siete goles, el extremo izquierdo otros siete, el delantero centro, diez, Claramunt me hacía ocho, más los tiros libres… podíamos estar en la pomada y ganar el Campeonato. Aníbal hizo tres goles de tiro libre…”.

Hace hincapié en que de entrenador se sufre más que de jugador, pero se disfruta más de los títulos. Dicen las malas lenguas que aquella tarde en el banquillo de Sarriá se fumó dos paquetes de tabaco:

Alfredo Di Estefano

“Yo no sé lo que me fumé, lo que sí sé es lo que sufrí. Yo estaba empezando mi historial deportivo como entrenador. Y lo pasaba fatal. Es como comparar a Dios con los ladrones. De jugador era otra cosa. De entrenador tienes que defender a todos, como las gallinas defi enden a sus pollitos, darle calor, darles aire, protegerles de los que les quieren cazar. Como entrenador tienes toda la responsabilidad para la Prensa y para la afi ción. De entrenador no se disfruta. Están todos pendientes de ti. ¿Usted sabe la responsabilidad que es eso? Sufres que te mueres. Es que no tienes que ganar, es que tienes que ganar y jugar bien. Yo no le recomiendo ni a mi peor enemigo ser entrenador. Había un técnico que siempre me decía que si un jugador ganaba cien, el entrenador tenía que cobrar mil por lo que sufre él y toda la familia. Luego están las miradas que te pegan si pierdes. Te miran con cara de perro. Menos mal que cuando ganas a veces te encuentras con una mirada de dulzura. Y encima yo en ese Valencia no tenía prima por ganar. Los jugadores, sí: 500 pesetas y 250 por empatar. Yo sólo tenía la fi cha y el sueldo. Cien mil y veinte mil, creo recordar… Yo utilizaba mucho como acicate el dinero de la prima. Cuando veía la cosa mal les decía a los jugadores que nos quitaban las quinientas y corrían que se las pelaban. Yo ese día de Sarriá no vi luz, pero creo que los jugadores arreglaron una prima especial con Julio de Miguel que era el presidente. No sé si hablaron de 250.000 pesetas, y yo nada de nada”.

La segunda vez que entrenó al Valencia, Di Stéfano también logró un título:

“Ganamos la Recopa. Ese día hubo un lío bárbaro con los jugadores porque tenían ofertas para llevar unas botas de marca. Les ofrecían dos mil dólares por pintarse los ‘zapatos’ y algunos no los habían visto nunca juntos. Faltaba una hora para comenzar la final y estaban con lo de los ‘zapatos’… Me quería morir. Ganamos. Y llegamos a Valencia desde Barcelona pasando por todos los pueblos. Doce horas de viaje. Hacemos una comida y comencé a percibir un mal olor… No iba a seguir y antes de que me lo dijeran les dije que me iba a Madrid, que gracias por los servicios prestados”.

Salvación. La tercera vez tenía que salvar al equipo:

“La tercera vez, ya en el 86, me llamaron para salvar al equipo. Yo no quería ir. Pero mi hija empezó a decirme que fuera, que fuera… Yo creía que eso no se podía salvar. Había jugadores que el lunes estaban de p… madre y el viernes estaban lesionados. Había un mar de fondo. Lo agarro y bajamos a Segunda. El último partido lo jugamos en Zaragoza y a mi compadre Quique Flores se le va a un balón y gol. ¡Él no tenía culpa, el pobre! Entonces dije que no me iba. Que me quedaba en Segunda. Hicimos una limpieza que no vea, había sequía de dinero. El equipo comenzó a funcionar y subimos a Primera y entonces me fui”.

Pero vuelve muy a menudo porque allí tiene tres hijas y un bisnieto. Y fue donde le operaron del corazón. “Me cambiaron las cañerías”.