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El Emery más pragmático pone el resultado por encima de la imagen

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¿A qué juega el Valencia? Tres años después, muchos se ven todavía incapaces de responde a esta cuestión. En El Madrigal, otro sistema distinto, otro planteamiento distinto... y, de nuevo, no pudo ganarse en casa de un grande. Pero esta vez, además de dos puntos, se perdió la imagen de anteriores jornadas. ¡Opina!

Es complicado realizar un análisis más o menos serio de un equipo de fútbol cuando su sistema de juego cambia tanto de una semana para otra. Esta temporada hemos visto, hasta el momento, absolutamente de todo: un pivote defensivo on dos volantes por delantes, juego con un punta y un enganche por detrás, dos delanteros de referencia arriba, laterales muy ofensivos, extremos muy defensivos... Todas ellas variables más que respetables, siempre y cuando respondan a la continuidad de un esquema táctico. A una idea futbolística.

No hace falta hablar del Barça y de su juego de toque, netamente ofensivo. Ni de la presión asfixiante del Madrid, que gana los partidos por aplastamiento y contundencia. Ni tan siquiera del Depor, cómodo con sus cinco defensas y al que los resultados acompañan. No hace falta ser un gran equipo en presupuesto para saber a lo que juegas. Por desgracia, lo visto en El Madrigal indica que, tres años después, el Valencia todavía no lo tiene claro.

La alineación sorprendió a todos. Los más conformistas, sin duda, acabaron satisfechos por haber arrancado un punto del coliseo amarillo. Pero a esta plantilla y a este entrenador se les están acabando los recursos. Saltar al terreno de juego con cuatro fubolistas que han actuado como centrales este año (Navarro, Maduro, Costa, Stankevicius) y dos laterales (Bruno y Miguel) es toda una declaración de intenciones: que el Villarreal no nos meta gol. Más preocupado de defender que de atacar, inexplicablemente el Valencia se encontró con el 0-1 tras una gran jugada por banda que culminó en el remate de Aduriz, que entró en la meta amarilla tras tocar en Gonzalo.

El planteamiento, pese a su conservadurismo, había logrado descolocar a Garrido. De nuevo, Unai ganaba sobre la pizarra la batalla a su homónimo en el banquillo rival... pero luego, perdió la guerra a la hora de leer el partido. Otra vez. El Villarreal fue mucho mejor en el segundo tiempo, y el empate de Rossi hizo justicia a los méritos de ambos conjuntos. El árbitro, mientras tanto, se encargaba de volcar todavía más el partido en favor de los amarillos a base de cartulinas a todo aquel que visitiese de azul: nueve amonestaciones y la expulsión de Stankevicius son su "parte de guerra".

Pero el Valencia no se descompuso, al contrario que en otras ocasiones. Aguantó a base de fe y coraje, que no de fútbol. Lo último parece haber desaparecido. La idea de un juego atractivo, también. Ahora mismo, manda lo inmediato. Los resultados. Y empatar en casa del tercero, para los más acérrimos defensores de la mediocridad, es ahora mismo lo máximo a lo que se puede aspirar. Pues qué bien...