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24 de julio de 2009
Sandor Kocsis Cabeza de Oro
Kocsis
Hubo un tiempo en el que Hungría hizo pelota todas las pretensiones de “El Telón de Acero”. El artífice de la creación fue Gustav Sebes, un convencido de la causa política, psicológo y enfermo del fútbol. Sebes, revolucionario de su tiempo, decidió evolucionar la mítica WM – formación acuñada por los ingleses, inventores del fútbol- y dotó a ese esquema de una flexibilidad mucho mayor entre líneas, eliminando la rigidez británica en beneficio de un centro del campo mucho más creativo. El Gobierno húngaro, presionado por el ala fuerte del Partido Comunista, instó a Sebes a conseguir que la selección magiar se convirtiera en una máquina de ganar. El profesor Sebes, cogiendo como base del grupo a los futbolistas del MTK y el Honved, se puso manos a la obra. Aquella tarea le fue encomendada en 1949, y ni siquiera los miembros más optimistas del Partido Comunista habrían soñado con los resultados y la fama que consiguió la Hungría de Sebes. Entre la primavera de 1950 y el verano de 1954 no perdió ni un solo partido. En ese periodo Sebes y sus chicos, los “magiares mágicos”, ganaron la Medalla de Oro de los Juegos de Helsinki, en 1952, y consiguieron goleadas de escándalo ante rivales de la talla de Francia o Italia. Además, la épica victoria sobre Inglaterra (3-6) en Wembley en noviembre de de 1953, uno de los mejores partidos de la historia del fútbol, acabó por convertir a la Hungría de Sebes en una leyenda. En el Mundial de Suiza de 1954, Hungría avasalló a todos sus rivales, incluidos los potentes Brasil y Uruguay, que nada pudieron hacer ante el festival magiar. Aquel equipo de ensueño contaba con el cañón de Ferenc Puskas – la mejor zurda de Europa-, con la habilidad de Nandor Hidegkuti – el primer mediopunta o falso delantero centro de la historia-, con la clase de Lorant y Czibor – elegantes y efectivos- y con la cabeza de un tipo que remataba cochinillos y se llamaba Sandor Kocsis. Este último debió incorporarse al equipo del Ejército, el Honved, mientras cumplía el pertinente servicio militar. Era el secreto mejor guardado por Sebes.
Sandor había llegado al Campeonato del Mundo desde el anonimato, siempre a la sombra de Puskas. Sin embargo, en tierras helvéticas, Kocsis se destapó como un goleador implacable, con un poderío aéreo capaz de destrozar cualquier defensa. Koscis, partido a partido, fue llenando de metralla las porterías rivales, a base de golazos. De cabezazo cruzado, de testarazo picado, o en su defecto, de frentazo a la escuadra. No había antídoto contra Kocsis. Si se elevaba dentro del área, el portero sólo se agachaba para recoger la pelota del fondo de las mallas. Con razón, al bueno de Sandor le conocían con un nombre de guerra muy descriptivo: “Cabeza de Oro”. En el Mundial de Suiza ’54, Kocsis dejó su firma en 11 ocasiones, siendo Bota de Oro del torneo. Con “Cabeza de Oro” en estado de gracia y Puskas con su cañón a punto, Hungría se plantó en la final sin oposición alguna. El rival era Alemania Federal, a la que habían goleado en la primera fase por 8-3. Así que, antes de jugar la final, Hungría había reservado una botella de vino Tokay, bien fría y cubierta de hielo, en el vestuario. Pero contra todo pronóstico, al final de los noventa minutos, ningún húngaro brindó con el maldito Tokay. En una tarde aciaga en Berna, los de Sebes fueron contrarrestados por la humildad y el coraje de los hermanos Walter y compañía, que batieron a los “magiares mágicos” por 3-2. Los húngaros, con el campo embarrado, no pudieron desplegar su fútbol y estrellaron varios balones contra los postes. Los alemanes, por su parte, apuntaron que su victoria se cimentó en el planteamiento de su entrenador, Herberger, y en un arma secreta que les funcionó a la perfección. Ese arma secreta era Adi Dassler – a la postre, fundador de la marca Adidas -, que proporcionó a su equipo unas botas con tacos de madera. Esas botas ayudaron a los alemanes a agarrarse mejor al campo, que estaba completamente enfangado.
Después de aquella infausta tarde en Berna, Sebes y su selección mantuvieron su racha, acumulando 18 partidos sin perder. Pero la leyenda murió en 1956. En ese año, el ‘fútbol socialista’ murió a manos, paradójicamente, del socialismo real: los tanques soviéticos entraron en Budapest. Así que, cuando se produjo la invasión soviética, los “magiares mágicos” huyeron del país. Sandor “Cabeza de Oro” Kocsis estaba en Viena con el Honved y junto a varios compañeros, como Czibor, Puskas, Kalmar o Emil Osterreicher, decidió no regresar a su país. Mantuvo su contacto con el fútbol a través del Hungaria, un conjunto formado por exiliados, e incluso llegó a tener un paso fugaz por el Young Fellows suizo. Esa fue su última escala antes de recalar en el Fútbol Club Barcelona, donde volvió a demostrar su clase con la pelota en los pies y su remate demoledor de cabeza. En Les Corts, Kocsis se convirtió en uno de los grandes ídolos de la afición culé. La delantera formada por Kubala, Kocsis, Evaristo, Suárez y Czibor sembraba el pánico en Europa y maravillaba a la crítica. El punto álgido de aquel equipazo llegó en 1961, donde disputó la final de la Copa de Europa ante el Benfica, eliminando al Real Madrid. El Barça de los húngaros era el gran favorito para ganar aquella final que, casualidades de la vida, se disputaría en Berna, aquella localidad suiza donde Kocsis y sus compatriotas habían perdido el Campeonato del Mundo en un partido extraño. Antes de jugar aquella final, Sandor Kocsis estaba apesadumbrado en el vestuario catalán. “Ya he sufrido lo que pasa aquí en Berna, no podemos ganar esta final. Este campo está maldito” dijo Kocsis a sus compañeros. Nadie le creyó, pero al acabar el partido, muchos recordaron las palabras de “Cabeza de Oro”. El Barça cayó por 3-2, después de estrellar hasta tres balones en los postes, Kocsis no marcó y al final del encuentro, el portero del Benfica resaltaba que había tenido “más suerte que en toda su vida”. Aquella final, otra vez en la maldita Berna, pasó a ser denominada como ‘La Final de los Postes Cuadrados’. De haber sido redondos, Kocsis y compañía habrían sido Campeones de Europa, pero no lo fueron. En la Ciudad Condal, Kocsis disputó 75 partidos oficiales, con un saldo espectacular de 41 goles. En 1965, se retiró del fútbol en activo y dejó tras de sí una estela imborrable en la estadística: 295 goles en 335 partidos. Casi nada al aparato.
“Cabeza de Oro”, ya retirado, entendió pronto que su vida no podía funcionar alejado del fútbol, así que durante cierto tiempo fue segundo entrenador en el Hércules. En 1978, una extraña enfermedad le sobrevino y comenzó a perder peso. Después de visitar a varios médicos, a Kocsis le informaron de que su situación era muy delicada. Tanto, que para salvar su vida “de milagro” según uno de los médicos que le atendió, le tuvieron que amputar el pie. Una vez recuperado del “shock”, Kocsis hizo de tripas corazón e intentó seguir su vida con cierta normalidad. Abrió un bar de copas en Barcelona, que no tuvo demasiado éxito, y muy pronto se vio hasta el cuello de deudas, teniendo que pedir prestado a algunos amigos. La vida volvió a golpearle con dureza cuando su mujer y su socio sufrieron un grave accidente de coche. Dicen que Kocsis, afectado, podía soportarlo todo, menos ver a su mujer en estado crítico. Sólo un año más tarde, cuando su esposa ya se había recuperado, la fatalidad volvió a cebarse con “Cabeza de Oro”. Le detectaron un cáncer de estómago, mortal de necesidad, y el húngaro se vino abajo. Tenía cincuenta años, apenas tenía dinero, su mujer estaba delicada y le habían amputado uno de esos pies con los que había entrado en la historia como uno de los mejores goleadores del fútbol mundial. Destrozado, Kocsis ingresó de urgencia en la Clínica Quirón de Barcelona. No aguantó aquel tormento demasiado tiempo. Desesperado, fuera de sí, abrió la ventana de su habitación y saltó al vacío. Se arrojó por la ventana y se suicidó. El día después, el Barça presentaba a otro genio, el pequeño Alan Simonsen. En su presentación, varios aficionados culés mostraron una pancarta acordándose de Kocsis. “Cabeza de Oro, goles desde la modestia”. Sandor, uno de los mejores delanteros de la historia del fútbol europeo, vivió deprisa. Subió al cielo con Hungría y descendió a los infiernos cuando dejó el Barça. Murió un 22 de julio.
http://www.youtube.com/watch?v=zYUDSab0Rgw
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