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El Atlético sacó más premio de lo merecido

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La parroquia valencianista tiene licencia para soñar, porque el equipo supo rehacerse por dos ocasiones para empatar el partido y mantener viva la eliminatoria; preocupantes errores tácticos propiciaron los tantos colchoneros. Opina sobre esta crónica.

Como suele ocurrir cuando el conjunto ché se pone el traje europeo, ayer nos volvimos a topar con noventa minutos repletos de sobresaltos, sustos, cañonazos al larguero, horrores defensivos e incapacidad manifiesta por parte de ambos equipos de echar el freno de mano y acompasar el ritmo de partido a sus intereses. Vamos, un Valencia-Atlético en todo su esplendor.

No obstante, el resultado de tanto vaivén es claramente perjudicial para los intereses blanquinegros y, de rebote, para la salud física y mental de sus aficionados. Porque los 50.000 que abarrotaron ayer Mestalla pensaban, por qué no, en ser testigos de una gran noche europea... aunque en su interior acudían al coliseo de la Avenida de Suecia predispuestos a pasarlas canutas y a sufrir. Dicho y hecho: tras un primer tiempo eléctrico pero poco inspirado cara a portería por parte de ambas escuadras, el segundo tiempo nos regaló cuatro goles que dejan la eliminatoria abierta de cara al choque en El Calderón.

La triste dualidad del Valencia de Emery pudo atisbarse en dos momentos puntuales, que significaron los tantos colchoneros. Es incomprensible, grosero incluso, encajar un gol tras servir un córner en área contraria: dos toques bastaron para que la caballería, comandada por Agüero y secundada por Forlán, se plantase en solitario ante César. Pase de la muerte, y gol del uruguayo. Y detrás de las dos flechas rojiblancas iban llegando los de blanco, "cazados" con el culo al aire y con rostros de impotencia.

De un córner a favor que se tradujo en gol en contra pasamos a un saque de esquina en el área del Valencia, defendido practicamente con la mirada y que Antonio López cabeceó a la red. De la posible falta a Jordi Alba (le estaban agarrando y habilitó la posición legal del capitán del Atlético) es mejor no decir nada. Los de Quique remataron poco a portería, pero se encontraron con dos "regalitos" inesperados que les dejan más cerca de cuartos, pese a que ayer podría definirse al equipo madrileño como un conjunto insustancial en todas sus líneas. Desde luego, parece claro que el Atlético en su estadio será otro cantar.

"Patinazos" defensivos al margen, los ché jugaron un partido muy completo, con muchas ocasiones (16 remates a puerta) pero sin el acierto goleador habitual. Tuvo que tirar del carro un Manuel Fernandes que, ayer sí, nos recordó a ese todocampista de la temporada pasada, trabajador en la recuperación y ágil en el manejo de la pelota en la parcela ancha. Su tándem con Baraja fue lo mejor del primer tiempo; en el segundo, el bajón físico del "Pipo" le dejó sólo ante el peligro.

Una vez un entrenador aseguró que a los chavales de las escuelas de fútbol se les puede diferenciar de forma muy sencilla: los buenos controlan la pelota con el interior del pie, pero sólo los "muy" buenos usan el exterior o la planta, "la pisan" y se orientan el cuero a su antojo. Con los tacos de la bota se la preparó Manuel, y su cañonazo fue al único lugar de la portería al que el espigado De Gea era incapaz de llegar. Golazo.

Dos más recuperados para la causa: Zigic y Vicente. Con el serbio, Unai parece haber entendido (¡al fín!) que se trata de un recurso fácilmente explotable cuando las cosas no les salen a los "bajitos" (y más si la defensa rival es la del Atlético). El gigante bajó todos los balones que llegaban a sus inmediaciones y aportó su granito de arena. También Vicente, que gozó de diez minutos y dio la asistencia para que Villa anotase el empate a dos. "Enchufar" a estos futbolistas será un factor decisivo ante tantas lesiones y ausencias en este tramo de la temporada. Dentro de una semana, el desenlace.